Ser y Amar

Por: Juan Gabriel Carmona.

En su presencia yo soy más de lo que soy,
Pues soy todo lo que puedo llegar a ser.
[1]



En las vicisitudes que vivencian los sujetos respecto al amor, es posible apreciar una tendencia constante. El amor que se dirige a otro representa un medio para dar fin a la incertidumbre que genera la no aprehensión del ser propio. Bajo los lineamientos de esta perspectiva, el amor se constituye en una demanda para hacer consistir al ser.

A lo largo del incesante transcurrir del tiempo; en cada época de ésta, nuestra cultura occidental, el amor se nos ha presentado bajo diversas formas, sin que en ninguna de aquellas haya menguado su presencia. Podría decirse que si nuestra condición de sujetos, y por lo tanto, nuestra relación con las realidades física, psíquica o social, abordadas por las ciencias, están mediadas por el avatar particular que impone una estructura, de igual modo lo está la relación que entablamos con el amor, como un hecho de estructura que ha regido y probablemente regirá el destino temporal de los seres hablantes.

Es así como hoy, en la cotidianidad de nuestra existencia, continuamos escuchando expresiones alusivas a la relación entre el ser y el amor: “sin tu amor soy nada”, “por tu amor soy mejor de lo que fui”, “por tu amor seré lo que quieras que sea”. Y no sólo en los sinsabores o dichas que nos depara la vida cotidiana podemos constatar la íntima relación que guardan ambos términos; a través de la literatura, del cine, de la música, se evidencia y relieva la cercanía e importancia que cobra el ser y el amor para nosotros, los seres hablantes.

El sujeto, entonces, habitado por el amor, sentirá en su cuerpo y representará en su conciencia, la consistencia o desvalimiento de sí, de acuerdo con la respuesta de otro, ubicado por el sujeto con su demanda, en la posición de objeto amado.

Con la expresión: “sentimiento de sí”, Sigmund Freud nos acerca a la relación entre el ser y el amor, teniendo como guía de ese acercamiento al Yo. En el texto Introducción al narcisismo, nos dice que el que ama sacrifica su narcisismo obteniendo como consecuencia un empobrecimiento del sentimiento de sí, el cual sólo se restituye si se es amado, amado por ese otro de quien se hizo un objeto de amor.[2]

Así formulado, el sentimiento de sí hace referencia al engrandecimiento o empobrecimiento del Yo, logrado vía el amor en procura de hacer consistir al ser.

De las elaboraciones freudianas, una primera conjetura se alza a la vista, al centrar nuestra atención en los caminos por él indicados para la elección de objeto. Aunados al sentimiento de sí, esos caminos nos conducen a la consideración de que en el pensamiento freudiano, el Yo coincide con el ser; en otros términos, no parece improcedente plantear que el ser se empobrece o engrandece en la elección y respuesta de un objeto de amor, al tener en cuenta que se ama a otro y en otro, según el tipo narcisista, “a lo que uno mismo es, a lo que uno mismo fue, a lo que uno querría ser, y a la persona que fue una parte del si-mismo propio.”[3]

Detenidos por un momento en las implicaciones de esta conjetura, inmediatamente se hace evidente que aun cuando los sujetos dicen que aman y que son amados, lo que representa su ser, de acuerdo a la conjetura, no se haya conforme. Algo no funciona a pesar de contar con el amor que haría consistente al ser.

La razón de semejante desventura, de este aparente nefasto callejón sin salida, podemos elucubrarlo en las mismas elaboraciones freudianas; las mismas que a nuestro modo de ver, dilucida Jacques Lacan, en su incesante retorno a Freud, descubriendo otro modo de pensar el aparente límite.

Como hemos escuchado, el ejercicio del amor es realizado a partir de que el sujeto elige a un otro tomado como objeto. Pero ello sólo es posible gracias a que el Yo puede tomarse a sí mismo como objeto en el estado que se denomina, por esta razón, narcisismo. Ahora, no se debe olvidar que esa condición, de igual modo es posible, debido a la intervención de la libido pulsional, cuya perentoria necesidad de descarga la lleva a cabo sobre objetos, de los cuales el primero es el Yo.[4]

Antes de poner nuevamente en tensión al ser, debemos introducir un término que en primera instancia deberá propiciar una mayor comprensión sobre lo descrito acerca del Yo en su estado narcisista, y acto seguido cumplirá la función de enlace para el planteamiento de una segunda conjetura, vinculada a los aportes de Jacques Lacan, respecto al tema de esta reflexión.

En el año 1914, en el texto ya citado, Introducción al narcisismo, Sigmund Freud se pregunta: “¿Qué relación guarda el narcisismo, de que ahora tratamos, con el autoerotismo, que hemos descrito como un estado temprano de la libido?” A continuación responde: “es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al Yo; el Yo tiene que ser desarrollado. (…), algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya.”[5]

Un año más tarde, en 1915, en el texto Pulsiones y destinos de pulsión, Freud lleva a cabo un examen más detallado del principio del placer y el principio de realidad por medio de los términos Yo-placer y Yo-realidad, de lo cual se deriva una estructura elemental del Yo que introduce ambos principios; a tal estructura se le adjudica el término Real Ich o Yo-real, para diferenciarlo del Yo-realidad, posterior al Real Ich.[6]

Real Ich es el nombre del término que nos permitirá avanzar un tanto en la reflexión que nos convoca. Hace referencia a una estructura elemental, a un sistema, que no requiere de la intervención subjetiva para realizarse; por lo tanto, puede decirse que constituye una formación anterior al advenimiento del sujeto y del Yo propiamente dicho.

A la luz de la ley de descarga propia del sistema, el autoerotismo se vislumbra como un efecto de la excitación y descarga de energía que se produce en el interior del Real Ich.

Ahora bien, lo relevante para nuestra reflexión se presenta bajo la consideración de que al constituir la base del narcisismo, el Real Ich promueve la formación de una imagen, que mediada por la intervención del otro, delineará los contornos del Yo, convirtiéndose en objeto de la libido. Pero así mismo, tal imagen pasará a ser el signo de la imposibilidad de aprehensión del objeto real que en un momento fundacional produjo la primera vivencia de satisfacción; objeto que el sujeto se esfuerza por alcanzar en un fallido reencuentro. De ahí en más, el objeto no será otro que el objeto del deseo.

Vemos de este modo que la “nueva acción psíquica” agregada al autoerotismo, se perfila en la introducción de un objeto externo, que el individuo deberá resignar conservando de él sólo una imagen, forjadora del Yo y de la incesante búsqueda de aquel objeto perdido, a partir de una imagen instituida como signo de su original presencia.

Hecha esta sucinta y apretada observación alrededor del Real Ich, abordemos ahora al ser y el amor desde los aportes de Jacques Lacan en sus vínculos con la filosofía.

Si bien es cierto que el psicoanálisis no pertenece a la filosofía, no puede decirse que no se apoye en ella, a la vez que la interpela críticamente. Debido a éste apoyo, el pensamiento de Martin Heidegger le permite a Lacan rearticular sus concepciones, acercándolas mucho más a los designios de su deseo.

Es por ello, y quizás a la sazón de la idea Heideggeriana que hace de la pregunta por el ser, la pregunta fundamental, que el señor Lacan, desde el inicio de su enseñanza, hace del ser un concepto con una presencia constante.

Así, a modo de complemento a la función de la palabra como mediación y reconocimiento de la subjetividad del otro, la palabra como “revelación del ser” ofrece nuevos desarrollos a las elaboraciones Lacanianas sobre el deseo, el Otro, la transferencia, por ejemplo.[7]

Aplicados al ser, tanto para Heidegger como Lacan, el ser mismo es innombrable, inaprensible. Sólo podemos dar cuenta de él a través de las palabras que utiliza el sujeto hablante desocultándolo, pues por medio del habla, del decir, se “hace patente aquello de que se habla en el habla”, “[permitiendo] ver aquello mismo de que se habla;”[8] es decir, revelándolo.

El correlato de esta propuesta, en términos del amor, es apreciable en la inquietud que se constata en el decir de los amantes cuando perciben que aun bajo el brillo del amor, no logran aprehender el ser: “algo falta”, continuamente falta algo.

Dicho de otro modo, el sujeto, amado o amante, se encuentra imposibilitado para nombrar lo que es su ser para sí y para el otro. El ser sólo se hace patente en el habla, revelándose como ausencia.

Expresado lo anterior, formulemos ahora la segunda conjetura, prometida líneas atrás, al describir lo elaborado por Sigmund Freud acerca del Real Ich. La primera conjetura aducía la coincidencia entre el Yo y el ser. No alejados de ella, digamos que el ser, abordado por Lacan, puede estar íntimamente relacionado con el Real Ich o Yo-real Freudiano, que en tanto formación presubjetiva; es decir, presente en el individuo antes del advenimiento del Yo del sujeto y de su inscripción en el lenguaje, de igual modo es innombrable e inaprensible porque se inscribe, como su nombre lo indica, en el campo de lo real que Jacques Lacan hizo el esfuerzo de delimitar.

Para finalizar debemos decir que si el amor que se prodigan dos sujetos no permite la captura en el presente de lo que soy y de lo que soy para el otro; y tampoco en el futuro bajo el anhelo de lo que se querría ser. Aún así, el amor mitiga esa falta en ser, de la cual, estando advertidos, podemos asumir como potencia para no caer en el yerro de una demanda que resquebraje al otro y a nosotros mismos.

[1]GOETHE J.W. Los sufrimientos del joven Werther, Madrid, Edaf, 1981, p. 626.
[2]FREUD Sigmund, (1914), “Introducción al narcisismo”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, Sexta reimp, Vol 14, 1976, p, 95.
[3]Ídem, p, 87.
[4]FREUD Sigmund, (1915), “Pulsiones y destinos de pulsión”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, Sexta reimp, Vol 14, 1976, p, 129.
[5]FREUD Sigmund, (1914), “Introducción al narcisismo”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, Sexta reimp, Vol 14, 1976, p, 74.
[6]FREUD Sigmund, (1915), “Pulsiones y destinos de pulsión”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, Sexta reimp, Vol 14, 1976, p, 129.
[7]BALMÈS Francois, “Lo que Lacan dice del ser (1953-1960)”, Buenos Aires, Amorrortu, 2002, p, 23-25.
[8]HEIDEGGER Martin, “El ser y el tiempo”, México, Fondo de cultura económica, 1980, p, 43.

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